El Santo, Bendito sea, tiene un solo Justo (Tsadik) en Su mundo, y Le es muy amado, porque sostiene todo el mundo. Él es el fundamento”. Séfer haBahir 157. De forma análoga su espíritu se destila a través de los escritos de los sabios y los libros judíos de oración. Es tarea del erudito avezado la de descubrir a través de ellos su luz y su verdad. Hace dos mil años un sector de Israel creyó que Yeshúa de Nazaret había cumplido los requisitos para recibir tal calificación y mas tarde todo occidente creería en él como el Mesías, conociéndole por su nombre greco-latino: Jesús. En la actualidad surgen de las filas del judaísmo tradicional nuevas corrientes de pensamiento dirigidas hacia una revisión mas objetiva del personaje. Original y sorprendente.

¿Cómo se explica que en los últimos veinte años la Iglesia católica se haya acercado al judaísmo mucho más que en sus veinte siglos de historia? La respuesta, posiblemente, sea un hombre: Jules Isaac, un judío francés, al que está dedicado este libro. Limpio de influencias y con la objetividad del buen historiador que era, J. Isaac, leyó los Evangelios y se encontró con que el sentido de algunos pasajes había sido distorsionado, ligeramente movido de su exactitud primigenia, por la exégesis; y así pasó a la enseñanza tradicional cristiana. Distorsión de la que salió “la enseñanza del desprecio” que tanta sangre judía ha derramado. J. Isaac pidió que se revisaran las exégesis y enseñanzas cristianas para descubrir el judaísmo en su genuina autenticidad. Quien aceptó tal petición fue otro hombre singular: Juan XXIII. Este libro muestra cómo ambos -ancianos, enfermos y solos- dieron un vuelco definitivo a la Historia.

Con estilo brillante e inimitable ingenio, y a partir de sus enormes conocimientos científicos, el autor ha querido superar barreras intelectuales y emocionales para comprender lo cercanas, y al mismo tiempo lejanas, que están ambas religiones o, parafraseando el título, “lo judío que es el cristianismo”, siempre desde su óptica de judío creyente y practicante. Más adelante escudriña la identidad judía del Padrenuestro, la misión preferencial de Jesús entre los suyos, las consecuencias de la bifurcación que se produjo en la comunidad primitiva (Iglesia judeo-cristiana e Iglesia de la gentilidad); el salto genial, audaz y revolucionario que supuso la teología de san Pablo, su ardor misionero entre los gentiles, su punto de partida plenamente judío (judaísmo rabínico y esenio) y su “polémico” concepto de la Ley mosaica, que resultó una radical inversión de valores tradicionales judíos. La figura maternal de María y el ambiente judío de la infancia de Jesús le inspiran páginas de profunda emoción y encanto poético. A continuación reflexiona sobre la auto comprensión mesiánica de Jesús, el parentesco entre el esquema escatológico judío y cristiano, el concepto de Reino de Dios en el judaísmo rabínico y esenio, y el giro creativo y dinámico que adquiere este mismo concepto en Jesús.

¿Qué piensan los judíos de Jesús? El autor nos ofrece una visión de la figura de Jesús desde su propia perspectiva de hombre judío. El balance de su trabajo puede resumirse en una frase que repitió a lo largo de toda su vida: “La fe de Jesús nos une; la fe en Jesús nos separa”. A la imagen de Jesús derivada del estudio de los textos y tradiciones judías Ben-Chorin contrapone la imagen del Cristo surgida a partir de las teologías cristianas. El Jesús prepaulino que, víctima como hombre de un trágico destino se ve reflejado aún en toda su fuerza en el Evangelio de Mateo, para el autor se hace presente a través de la exégesis y la intuición. Jesús de Nazaret no es aquí ni el Logos joánico, ni la Segunda Persona de una Trinidad según el dogma cristiano, ni tampoco un profeta al modo del Antiguo Testamento. Ben-Chorin ve en Jesús a una de las figuras centrales de la fe judía, uno de los grandes testigos de la unión de Israel con Dios. Un revolucionario del corazón que no deseó abolir la ley, sino demostrar que ésta y el amor pueden vincularse en la fe. Bajo esta perspectiva muchos de los rasgos originarios de Jesús, ocultos bajo la pintura de la iconografía eclesiástica, afloran de nuevo. Cuando el distante hieratismo del pantócrator se diluye y el rostro humano de Jesús emerge, la hermosa confesión de Martin Buber se hace claramente comprensible: “Desde mi juventud he sentido a Jesús como mi gran hermano”.

Los estudios incluidos en la presente obra de la investigación emprendidas por el autor hace ya varios años, tienen un mismo hilo conductor. Se centran en el análisis de las relaciones y conflictos entre cristianos y judíos en la época en que asistimos al largo proceso de cristianización del Imperio (siglos IV-VIII), fenómenos ambos que constituirán el antecedente inmediato de la Europa medieval y, en buena medida, el fundamento de la cultura occidental. A pesar de que durante estos siglos la minoría judía tuvo que adaptarse –no sin enormes esfuerzos – a una situación social extremadamente adversa, su presencia e incluso vitalidad dentro de una sociedad ya fundamentalmente cristiana, suscitaron la reacción hostil de la jerarquía eclesiástica. Esa, en previsión de una posible pérdida de autoridad, desplegó su más agresiva retórica contra el peligro de la judaización que, como consecuencia de una pacífica convivencia entre ambas comunidades, llegó a arraigar en numerosos fieles cristianos. Esta obra presenta un examen crítico de dicho fenómeno histórico a partir de realidades diversas hasta ahora no estudiadas en profundidad, como, por ejemplo, la cuestión de los orígenes de la legislación canónica sobre el problema judío; las supuestas relaciones ente el judaísmo y la mas importante herejía de la historia del cristianismo: el arrianismo; la polémica antijudía y su vinculación con el ascetismo cristiano; o la utilización del lenguaje onírico como vehículo trasmisor de la ideología antijudía. El autor, además, presta especial atención a la situación de convivencia –y a la vez controversia- en que se movieron judíos y cristianos en la España tardoantigua y visigoda.